Libros: "Dominio Dual. Segunda Parte: Génesis"
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- Escrito por: ED Ramírez
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El hombre, tambaleándose ligeramente, se adentró en la sala. Sus ojos vagaban de un lado a otro, capturando las miradas curiosas y sorprendidas de los presentes.
"Me llamo Salvatore", dijo el hombre, su voz rasposa resonando en la sala. "Y tengo algo que decirles, algo que he visto en las calles de nuestra bella Italia."
Edison y Cee intercambiaron miradas. La presencia de Salvatore era desconcertante, pero también intrigante. Había algo en su mirada, una intensidad que sugería que no era simplemente un vagabundo cualquiera.
Giancarlo asintió, invitando a Salvatore a continuar.
"He visto el futuro", continuó Salvatore, alzando una botella medio vacía de vino tinto. "He visto lo que nos espera si no hacemos nada. La decadencia, la miseria, la destrucción. Nuestros niños, nuestra gente, condenados a un destino peor que la muerte. Y todo porque hemos olvidado nuestros valores, nuestras raíces."
Salvatore hizo una pausa, tomando un largo trago de su botella. Los miembros del Comité lo observaban con una mezcla de curiosidad y desdén, pero ninguno interrumpió.
"En las calles de Nápoles, en las sombras de Milán, he visto a los desesperados, a los perdidos", continuó Salvatore. "Gente que una vez tuvo esperanza, pero ahora solo tiene desesperación. Y he venido aquí, a este lugar de poder, para recordarles a todos ustedes que no deben olvidar. No deben olvidar lo que significa ser humano, lo que significa tener un corazón."
Las palabras de Salvatore resonaron en la sala, un recordatorio incómodo pero necesario de la realidad que muchos preferían ignorar. Edison y Cee miraron a Giancarlo, esperando su reacción.
Giancarlo se acercó a Salvatore, sus ojos fijos en los del hombre desaliñado. "Tus palabras tienen verdad, Salvatore", dijo finalmente. "Nos has recordado por qué estamos aquí. No solo para tomar decisiones políticas, sino para asegurar un futuro mejor para todos, incluso para los más desfavorecidos."
El encuentro con Salvatore marcó un giro en la reunión del Comité. Las discusiones posteriores se volvieron más intensas, más personales. Las historias de sufrimiento y esperanza compartidas por los miembros del Comité sirvieron como un recordatorio de la responsabilidad que llevaban sobre sus hombros.
Edison y Cee se dieron cuenta de que su misión era más que una simple tarea política. Era una lucha por el alma misma de la humanidad, una batalla entre el bien y el mal que se libraba no solo en los pasillos del poder, sino en las calles y en los corazones de las personas.
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"San Agustín nos enseñó que el propósito de la vida es buscar la verdad y vivir de acuerdo con ella", continuó Giancarlo. "Pero, ¿qué hacemos cuando la verdad es difícil de discernir? ¿Cuando las líneas entre el bien y el mal se difuminan? Aquí, en este Comité, debemos ser los guardianes de esa verdad, aun cuando el costo sea alto".
Edison, acostumbrado a un enfoque más racional y científico, se sintió desconcertado por la mezcla de religión y política. Sin embargo, no pudo evitar sentirse atraído por la pasión de Giancarlo. Cee, por otro lado, se sentía más cómoda, recordando las enseñanzas religiosas de su infancia.
La discusión se intensificó cuando uno de los miembros del Comité, un ex sacerdote convertido en jefe mafioso, compartió una anécdota sobre un ajuste de cuentas en nombre de la justicia divina. La historia, cruda y violenta, reflejaba la dualidad de la moralidad y la justicia en el mundo real.
"En una ocasión", narró el ex sacerdote, "me enfrenté a un hombre que había traicionado a su comunidad. Su traición había llevado al sufrimiento de muchos inocentes. Recuerdo sus palabras finales antes de que se hiciera justicia: "¿Quién eres tú para juzgarme?" Le respondí: "No soy yo quien te juzga, sino tus propias acciones. A veces, la justicia requiere una mano firme, aunque pesada".
Las palabras resonaron en la sala, creando un eco de reflexión y duda. Edison y Cee intercambiaron miradas, comprendiendo la complejidad de la moralidad en el mundo en el que operaban.
De repente, las puertas de la sala se abrieron de golpe. Un hombre de apariencia desaliñada y ojos brillantes de embriaguez irrumpió en la sala. Llevaba un abrigo raído y una barba descuidada. Los guardias se apresuraron a detenerlo, pero Giancarlo levantó una mano para detenerlos.
"Déjenlo entrar", dijo Giancarlo con voz firme. "Quiero escuchar lo que este hombre tiene que decir."
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En diciembre de 2027, Edison y Cee viajarían a Italia para reunirse con el Comité...
El viaje a Italia era algo que Edison y Cee habían anticipado con expectación y cautela. La misión era clara: debían reunirse con el Comité, una organización clandestina de líderes y visionarios cuya influencia se extendía por toda Europa. Este encuentro podría determinar el futuro de su misión, y posiblemente, el destino de muchas vidas.
Italia, con su rica historia y paisajes deslumbrantes, proporcionaba un contraste notable con la seriedad de su misión. La belleza de los campos verdes de la Toscana, las majestuosas colinas de Umbría y la vibrante costa de Amalfi no podían ser ignoradas, incluso mientras se dirigían a su destino.
Roma, la ciudad eterna, fue su primera parada. La capital italiana, una mezcla de ruinas antiguas y vida moderna, parecía un escenario perfecto para una trama de espionaje y conspiración. Mientras caminaban por las estrechas calles adoquinadas, el Coliseo y el Foro Romano se erguían como recordatorios imponentes del poder y la caída de imperios pasados. Los turistas se mezclaban con locales en plazas llenas de vida, y cada esquina parecía susurrar historias de intriga y traición.
Pero Italia también tenía otra cara, una más oscura y marginada. En las afueras de Roma y otras grandes ciudades, existían barrios donde el tiempo parecía haberse detenido. Estas zonas, a menudo ignoradas por los turistas y los medios, presentaban una realidad distinta: una Italia que luchaba contra la pobreza, el desempleo y la desesperanza.
En estos lugares, los edificios históricos se desmoronaban, abandonados y cubiertos de grafitis. Las calles, una vez llenas de vida y comercio, ahora estaban desiertas y llenas de escombros. Los mercados al aire libre, antaño vibrantes con el bullicio de vendedores y compradores, ahora eran escasos y melancólicos.
En los suburbios industriales de Nápoles y Milán, las fábricas cerradas y las plantas químicas abandonadas se erguían como monumentos sombríos de un progreso fallido. La contaminación y la falta de recursos habían convertido algunas áreas en zonas prácticamente inhabitables, recordatorios constantes de los riesgos de la negligencia y la explotación.
Edison y Cee no podían evitar reflexionar sobre este contraste. La belleza y la decadencia, la prosperidad y la miseria, coexistían en un frágil equilibrio. Italia, con su rica herencia cultural y sus desafíos modernos, servía como un microcosmos de la humanidad. Los viñedos y olivares, símbolos de una Italia próspera y fértil, se veían amenazados por la desertificación y los, ahora ya, irreversibles efectos del cambio climático…
El Comité se reuniría en un palazzo histórico, una joya arquitectónica oculta en los campos de la región de Umbría. El palazzo, con sus altas torres y murallas, había sido testigo de siglos de historia y ahora sería el escenario de una reunión crucial. La estructura estaba rodeada de viñedos y olivares, un entorno tan pacífico que parecía difícil imaginar que dentro se decidirían asuntos de gran trascendencia.
Al llegar, fueron recibidos por Giancarlo, el líder del Comité. Giancarlo, un hombre de porte elegante y mirada astuta, representaba a una nueva generación de líderes europeos. Su saludo fue cálido, pero sus ojos reflejaban una mente en constante evaluación y análisis. Tras una breve introducción, fueron llevados a una sala de reuniones decorada con frescos renacentistas, un contraste entre el arte clásico y las discusiones modernas.
Los pueblos medievales, con sus calles serpenteantes y plazas tranquilas, contaban historias de un pasado vibrante y un presente lleno de vida.
La comida era una parte esencial de la experiencia italiana. Cada comida, desde un simple espresso hasta una cena completa de múltiples platos, era una celebración de la vida y los sabores. En una trattoria local, Edison y Cee disfrutaron de pasta fresca y vino tinto, una breve pero necesaria pausa en medio de su misión. Las conversaciones en torno a ellos eran animadas, reflejando la calidez y pasión de los italianos por la vida...
La sala de reuniones del palazzo renacentista no solo era un lugar de discusión, sino también un santuario de reflexión. Frescos de ángeles y santos observaban desde el techo, sus ojos inmóviles dando una sensación de juicio eterno sobre los mortales reunidos abajo.
Giancarlo, el líder del Comité, se levantó y caminó lentamente hacia una estatua de San Miguel Arcángel, ubicada en una esquina de la sala. Sus pasos resonaban en el silencio, creando una atmósfera solemne. Se detuvo frente a la estatua y, sin volverse, comenzó a hablar sobre la lucha entre el bien y el mal, un tema recurrente en las escrituras y en la vida real.
"Vivimos tiempos de grandes desafíos", comenzó Giancarlo, su voz profunda y resonante llenando la sala. "El bien y el mal se enfrentan no solo en las escrituras, sino en nuestras calles, en nuestros hogares, en nuestros corazones. Cada decisión que tomamos aquí, cada acción que emprendemos, tiene un peso moral. No podemos permitirnos fallar".
El ambiente se tornó más tenso cuando se abordaron temas sobre la corrupción y la decadencia moral en la sociedad moderna. Las palabras de Giancarlo resonaban con una mezcla de fervor religioso y pragmatismo mafioso. Citaba pasajes de la Biblia mientras explicaba la necesidad de tomar decisiones difíciles para preservar el bien mayor.